RESPETO HUMANO
Por Alonso Molina Corrales
Una de las celebraciones que demandará de los colombianos una actitud reflexiva, democrática y patriótica será la del 7 de agosto de 2019, cuando se cumplan los doscientos años de la batalla de Boyacá y, según el gobierno, dos centurias de vida independiente.
Por esa razón, se diseñó un plan que tiene a Colombia y a la fecha mencionada, como el horizonte mental dentro del cual se deberán alcanzar metas estratégicas capaces de redimir a la Nación de la pobreza, la corrupción y la violencia y encausarla por la ruta del desarrollo.
Más allá de la discusión histórica y política, sobre lo acertado de identificar la batalla de Boyacá como el suceso que dio inicio a nuestra vida como república independiente, la fecha misma nos lleva a hacer valoraciones cruciales, a la luz de sucesos recientes que involucran a las Fuerzas Militares con hechos criminales de suma gravedad.
Cuando se conmemora la batalla de Boyacá, también se honra al Ejercito de Colombia, a esa fuerza que derrotó a los españoles una y otra vez, hasta expulsarlos de la Nueva Granada y de América y que a lo largo del siglo XX forjó una gran reputación por su profesionalismo, su apego al ordenamiento constitucional y legal de un país afecto a los incisos y su postura apolítica, no beligerante en términos proselitistas.
El papel jugado el 9 de abril de 1948 en apoyo al gobierno legítimo de Mariano Ospina Pérez, a pesar de ofertas relacionadas con la instauración de un gobierno castrense dada la gravedad de la revuelta, fue un argumento para apuntalar ese respeto, que luego se generalizó cuando las Fuerzas Militares protegieron la vida y honra de ciudadanos inermes y comunidades enteras, amenazadas por el accionar criminal de los ¨chulavitas¨, la policía partidista de entonces, y de los bandoleros alzados en armas contra el presidente Laureano Gómez.
La aplicación de la tesis de seguridad hemisférica liderada por los Estados Unidos de América, luego del triunfo de la Revolución Cubana, el fracaso de Bahía Cochinos y la crisis de los misiles soviéticos, involucró a las fuerzas militares latinoamericanas en una lucha contra las propuestas anticapitalistas de los populistas locales y de los partidos y grupos armados impulsados desde La Habana, Moscú y Pekín, que fue más allá de combatir la insurgencia bélica. Los esfuerzos de la inteligencia militar y de las distintas armas, estuvo en ocasiones documentadas, al servicio de quienes pretendían lograr el consenso por medio de la desaparición de los antagonistas y disidentes.
Lamentablemente, el Ejército de Colombia no fue la excepción y hace parte de las páginas tristes de la historia nacional, su defensa de una institucionalidad parapetada en la intolerancia y la violación sistemática de los derechos humanos, durante una época en que el estado de sitio era la norma para gobernar al país.
El de ahora es un Ejército que debe compartir con la mayoría de los colombianos inermes y trabajadores, la meta de derrotar a los grupos armados ilegales de cualquier filiación y acabar con el narcotráfico y el flagelo del secuestro, con arreglo a los fines, principios e instituciones de nuestro Estado Social de Derecho, que se cimenta en la dignidad humana, la solidaridad y la responsabilidad. Sus triunfos contra la subversión brillan más, cuando se comprueba que sus acciones son ejemplo de la forma como deben actuar los guardianes de una democracia fundamentada en el acatamiento de la ley y el respeto del ser humano.
Por todo lo anterior, la desvinculación de importantes oficiales del Ejército, como consecuencia del caso de los jóvenes de Soacha, es obvia, pero no suficiente. La institución castrense y el gobierno nacional deben ir hasta las últimas consecuencias, con el objeto de determinar si lo ocurrido es algo episódico o, por el contrario, es un mal generalizado que amerite otro tipo de medidas, incluyendo aquellas con efectos en el estamento político, como sería una eventual salida del Ministro de Defensa.
De acuerdo a la reseña de arriba, nuestras fuerzas militares y sus actuaciones, son el reflejo del centro de impulsión política, revestido de una legitimidad formal, que siempre ha merecido el acatamiento de los soldados.