Colombia, Risaralda y su capital conmemoraron el pasado viernes 26 de septiembre, el centenario del nacimiento del Maestro Luís Carlos González, con una serie de actividades entre las que se destacaron las sesiones solemnes del Concejo de Pereira y de la Asamblea Departamental.
Durante las mismas, los ponentes de las iniciativas que vincularon a los dos entes territoriales a la celebración de la efemeride, el concejal Alonso Molina Corrales y el diputado Ernesto Zuluaga Ramírez, pronunciaron sendos discursos que a continuación transcribimos:
LA NOSTALGIA PRESTADA Y EL MAESTRO LUÍS CARLOS
Por Alonso Molina Corrales
Me acontecen cosas que a veces parecen mágicas.
En alguna ocasión, en una crónica, vinculé mi llegada a Pereira con el deceso del Maestro Luís Carlos González, pues arribé a la ciudad por primera vez, cuando ésta lo despedía con aguacero y en medio de grandes expresiones de dolor.
Para ese momento, mi bohemia precoz me había facilitado algún conocimiento sobre el poeta y sus letras convertidas en bambucos y el ramal paisa de mi árbol familiar, tenía ubicado al maestro y su obra en el altar de sus afectos literarios, junto con Jorge Robledo Ortiz y Carlos Castro Saavedra.
El romance que la opinión pública tuvo con el presidente Belisario Betancurth al comienzo de su mandato, contribuyó a que la figura del maestro se visibilizara más allá de los círculos literarios y musicales, gracias al especial afecto que el mandatario le expresó en diversas ocasiones.
Yo, como buen consumidor mediático e interesado en los asuntos del poder, tomé atenta nota de esa relación, que de algún modo retrataba la personalidad del dirigente conservador.
Pero el antecedente más impactante tuvo que ver directamente con una canción que conocí en un momento muy especial de mi juventud bugueña. Empezaba a mostrarse el sol luego de una prolongada velada con aguardiente, canciones y poesía en la vieja cartuja de mi primo Hernán Mejía Arango, cuando alguien entonó acompañado por un tiple: “Cuando prendió la mañana candela sobre los cerros, te fuiste como la dicha que siempre se va en silencio…”, para que luego de una serie de estrofas nostálgicas culminara cantando: “cuando la luz de la tarde, se la roban los luceros y no queda en el rancho más que un montón de recuerdos, si pregunta el corazón, que cómo se escribe un verso, casi que grita tu nombre la mirada de mi perro”. Así conocí una de las más bellas letras de Luís Carlos González, Sin Palabras o los Ojos de mi Perro, que después inmortalizaría mi paisana Beatriz Arellano.
Luego de unos días, el anfitrión de esa tenida mágica me contó que leer la poesía del poeta pereirano y escuchar los bambucos compuestos gracias a su inspiración lírica, era algo litúrgico en su familia, por la admiración que su padre -un paisa de esos que tienen finca en el cielo y una tienda en el sol- le tenía a González y su obra y sobre todo, por la emoción que causaban en el alma de su progenitor, las estrofas de La Ruana.
Me contó con lágrimas en los ojos, que cuando éste agonizaba, víctima de un cáncer feroz, le dijo: Mijo, yo no quisiera morirme sin haber escuchado La Ruana. A lo que mi primo le contestó: No se preocupe papá, que no demoran en ponerla en la radio. Al poco tiempo, desde el pasillo que daba acceso a las habitaciones de la casa de la avenida Roosvelt, un trío empezó a interpretar el bambuco con música de José Macias y la letra inmortal de Luís Carlos González. Mi padre expiró tranquilo esa misma tarde, precisó mi primo.
Cuando llegué a Pereira esas eran las nociones que tenía sobre el Maestro. Una mezcla de información literaria y una experiencia vivencial que había impresionado mi alma joven, sin mucha comprensión, pues en últimas me parecía que todo lo que el poeta representaba era cosa de la cultura paisa; un compendio de creencias, historias y tradiciones un tanto lejanas para mí, a pesar de mi ascendencia antioqueña.
Solo fue cuando empecé a vivir a Pereira y a exponerme al irresistible encanto de su gente, que empecé a experimentar algo increíble y conmovedor, que yo he llamado la nostalgia prestada y que creo, es un fenómeno asociado con la transacción espiritual que hace el inmigrante con el medio que lo acoge con calidez.
Gracias a la obra de Luís Carlos González y al testimonio de personas cercanas a él, que luego me honraron con su amistad, hice un curso acelerado de pereiranismo, reforzado eso sí, con sesiones nocturnas en ese taller del alma que fue para varias generaciones el legendario Páramo de Eleazar Orrego; la misma tienda de esquina que recibía al poeta y sus amigos, en esa bohemia inocente de aquellos años que terminamos añorando sin haber vivido.
Me preguntaba el por qué de ese raro fenómeno, pues no entendía esa sensación de nostalgia agridulce por unas épocas que no fueron las mías y en una tierra donde no había nacido.
La búsqueda de una respuesta hizo que me encontrara cara a cara con una parte oculta de mi identidad, para reconocer mi ascendiente paisa, con toda su carga genética, como algo de trascendencia en mi forma de sentir, pensar y actuar.
Sobre todo, entendí que el vínculo con esa tradición de trabajo incansable de los antioqueños, era la angustia existencial que me impidió que sucumbiera ante los peligros del hedonismo y los ofrecimientos de los dueños del atajo. Estoy seguro, pudo más el arriero que le da perrero a mi alma y determinó que mi existencia fuera útil y plena, que los demonios que torcieron y frustraron las vidas de tantos de mis contemporáneos.
Ese encuentro con una parte de mi lo tuve gracias a lo que representa Luís Carlos González y tantos otros escritores y poetas que me introdujeron en esa especial forma de ver la vida que tienen los pereiranos y en esa disposición, ese aprestamiento a servir, a vincularse a lo común, a lo público, que los caracteriza y que también está presente en la vida y obra del poeta.
González Mejía fue un hombre cívico y puso al servicio de lo que el pensaba que debía ser Pereira, sus dotes líricas, su prestancia como periodista y su compromiso como activista.
Por eso él es uno de los forjadores de lo que yo he denominado la etapa heroica de la historia de la capital de Risaralda, no solo porque haya sido protagonista de las gestas cívicas que honran la historiografía local y refuerzan el especial discurso axiológico que de ella emana o porque haya hecho de textos inolvidables como Retocando Imágenes, un compendio de crónicas para la nostalgia prestada.
También porque fue un hombre crítico, que señalaba lo que no estaba bien, aún en verso. “Porque se volvió ciudad, murió mi pueblo pequeño, el de calles empedradas y amplios balcones al viento…”, decía el maestro, para luego enumerar las lacras que supone el crecimiento de la aldea de sus amores, en su “Maldita sea la ciudad”, bambuco que suena a denuncia en la voz de Lilian Salazar Chujfi, con el acompañamiento de la guitarra de Orlando Vásquez.
Luís Carlos González no fue el poeta lelo en sus abstracciones aéreas. Fue modelador de la época que le tocó vivir con intensidad, con esa intensidad propia de los pereiranos y que yo comparto como uno más de los que hemos sumado nuestra suerte a la de esta tierra bendita, que nos permitió trabajar y entender que el honor está en servir y en sentirse parte de algo que es superior a uno mismo, como lo es Pereira.
Por eso, cuando mi amigo, el periodista Luís Alberto Ruiz Peñuela, en nombre de la Fundación Luís Carlos González y a instancias del señor alcalde Israel Alberto Londoño, me pidió que impulsara el acuerdo por medio del cual el municipio de Pereira se vinculaba al centenario del nacimiento del poeta mayor, sentí otra vez la magia que acompaña algunos sucesos de mi vida. Sentí que de esa manera, se reconfirmaba esa condición de pereirano por convicción que me honra y me compromete y me lleva a agradecer en todo momento el hecho de haber venido a templar en esta tierra de promisión.
Mil gracias
IMPOSIBLE NO PONERLE MUSICA A LOS POEMAS DEL MAESTRO
Por Ernesto Zuluaga Ramírez
La Asamblea Departamental de Risaralda ha querido liderar el proceso de exaltar en su debida forma una efemérides asociada a quien representa sin ninguna duda un ícono en la cultura de nuestra ciudad y nuestro departamento: Los cien años del natalicio de LCG.
Él es el poeta de la raza, el de la historia, el de la pereiranidad. Así lo hemos apreciado y reconocido los que hacemos parte de esta tierra y de su desarrollo.
Es imposible separar a LCG de nuestro pasado. Van tan intimamente ligados, que evocar a cualquiera de los dos termina siendo igual.
Nuestros hijos y nietos y las futuras generaciones tendrán en los versos de LCG el mejor referente para recrear lo que fue la infancia de nuestra ciudad, para repasar las vivencias y las circunstancias que forjaron el carácter y la idiosincrasia de los pereiranos.
Particularmente, en mi caso, reconozco en el bardo al cultor del costumbrismo, al cantor sencillo y cristalino que encontraba siempre un verso para contar cada anécdota y cada hecho que sucedía en la pujante Pereira del siglo XX. Por su pluma desfilaron los sitios, los hechos, las personas y todo lo que sucedía en su entorno muy antioqueño de costumbres, y muy cafetero y campesino de vivencias. Pero por sobre todo, pereirano de sentimientos.
Nadie sintió mas suya la condición de hijo de esta tierra, ni ha expresado con mayor riqueza lo que significamos para el mundo. De LCG nacen nuestros apellidos: querendona, trasnochadora y morena.
La describió con adjetivos que están tallados indelebles a su historia. Fértil Pereira. Por derecho es pereirano todo al que a sus lares llega. Aquí no hay forasteros ni Pereira tiene puertas.
LCG abriga en sus versos los valores de nuestra raza, y nos deleita con descripciones muy exactas que recrean la adolescencia de esta ciudad.
Era imposible que el sentimiento de nuestras gentes y que sus músicos y cantantes no echaran mano de sus versos para cantarle nuestra tierra. A LCG lo asociamos irremediablemente con nuestra música. LCG es bambuco, es tiple y guitarra.
Pero pocos saben que jamás compuso una canción. Que no fue compositor. Que el papá de bambucos y pasillos fue en verdad escritor, bardo y poeta que dió inspiración a nuestros músicos y cantores y arrancó notas a los tiples y guitarras de bohemios y serenateros.
Mi casta, La Esquina, Compañero, Vecinita, Muchachita Pereirana y muchas canciones más fueron entonces compañeras inseparables de nuestros romances juveniles, y lo seguirán siendo por siempre en nuestros corazones y en nuestros sentimientos pereiranos.
A quién de nosotros no se le eriza la piel, cuando lejos de esta tierra, escuchamos las notas de “La Ruana”?. Se despierta el arraigo y el sentimiento pereirano. Se arruga nuestro corazón y anhelamos entonces sucumbir a la dulce maldición del Padre Cañarte: El que de Pereira se va, a Pereira vuelve.
Este bambuco es y será siempre casi el himno de Pereira.
La historia de nuestro departamento también está ligada eternamente a nuestro poeta. El himno de Risaralda no podía tener otro inspirador que LCG. En él nos describe con deleite como vió la luz nuestro pujante departamento y nos marca el derrotero de lo que lo que debe ser siempre el reto de nuestras gentes y de futuras generaciones:
“Más justicia, más paz, más trabajo, más cultura, más luz y enseñanza, y más leña avivando la lumbre hacendosa de la humilde cabaña, ...” .
Cien años de orgullo pereirano queremos celebrar hoy con todos y cada uno de los risaraldenses.
Gracias