martes, octubre 31, 2006

El Correo #28

APUNTES DEL EDITOR

Es grato regresar a las pantallas de quienes semanas tras semanas nos leían y hacían sus comentarios. Como siempre, El Correo es un esfuerzo para que sigamos conversando de todo los que nos hace seres humanos y ciudadanos. Por eso, este proyecto crecerá en la medida en que repliquemos los contenidos puestos en común y los debatamos por medio de este conducto y en otros recintos y canales comunicacionales.
Del mismo modo, anunciamos la vinculación de la pléyade de reconocidos y honorarios columnistas, que hicieron las delicias de nuestros lectores. Quienes quieran publicar en El Correo, deberán enviar sus trabajos al correo electrónico alonsomolinacorrales@gmail.com
Esta entrega trae una selección de artículos del editor, publicados en El Diario del Otún y en el periódico La Tarde - ambos de Pereira - y que también se difunden en la Emisora Cultural Remigio Antonio Cañarte.
El Editor



NUEVO DISCURSO PARA UNA NUEVA CIUDAD

Por Alonso Molina Corrales

Debo confesar que lo de periodismo para la memoria, en un principio, solo pretendió ser el argumento que me permitiera abordar, desde el oficio con el que me he ganado la vida, el periodismo, el tema que me fascina, la historia.

Esta última ha sido una pasión, muy útil en mi condición de inmigrante. Hace 20 años llegué a Pereira, proveniente del Valle del Cauca y como todo recién llegado me vi avocado a una transacción entre lo que se era, lo que ya no se es y lo que debemos ser en el nuevo contexto; una negociación cultural con la cual uno ya no es lo mismo.

Esa experiencia en Pereira es muy especial, pues hay un discurso cosmogónico muy fuerte, muy etnocentrista; con íconos muy definidos y valores, que al menos hace veinte años eran totalizantes, pese a su talante rústico. Ese canto a lo bucólico era el discurso oficial, pese a las eternas pretensiones de ser ciudad grande.

Para entonces, hacía poco había musicalizado la compositora Sofía Ángel, un poema de Luís Carlos González en aire de bambuco, con el título Maldita sea la ciudad y decían así algunos de sus apartes: “Porque se volvió ciudad, murió mi pueblo pequeño, el de calles empedradas y amplios balcones al viento…” Después califica a la nueva ciudad como “…astilla sucia de infierno…” y “…nido de mafiosos y rateros”.

Lo importante era que esto lo decía el maestro Luís Carlos González, la voz mayor, que con sus poemas mitificó e incorporó a los imaginarios de Pereira, las reliquias de la colonización antioqueña: la ruana, la mula, el perro andariego, el camino, el hacha y la montaña; el arriero, el labriego y el trabajo.

Al lado de esos paradigmas, estaba toda la otra argumentación sobre una ciudad sin puertas y sin forasteros, que se había hecho grande gracias a esa apertura y que mostraba un gran listado de realizaciones, frutos de la concurrencia de las fuerzas creativas de los raizales y los adoptados; quienes terminábamos cantando con el mismo fervor las estrofas del himno de Pereira, con el cual la ciudad agradece: “Salve al esfuerzos de mis heroicos y buenos hijos que con amor, me dieron nombre, me dieron fama, me hicieron grande, me dan honor…”.

Pero la ciudad cambia, la satisfacción de las necesidades de todos va exigiendo mayor esfuerzo y llega mucha más gente; desarraigados cuya capacidad de negociar la transición cultural propia de los inmigrantes es mínima, debido a la marginalidad y a los demás problemas estructurales de nuestro modelo económico.

Por esa razón, creo, con todo respeto, que el discurso sobre la ciudad debe dar cabida a esas realidades económicas, sociales y culturales que han hecho de Pereira la suma de muchas otras. ¿Cómo ven la historia de Pereira los cubanos y los de Villasantana? ¿Cuál es su versión? ¿Cómo se sienten los afrocolombianos que habitan en la comuna San Nicolás? ¿Cómo leen la historia de Pereira y su inserción en ella?

Pienso que para eso debe servir la historia y para eso debe servir el periodismo que ayuda a la memoria.
LA HISTORIA DE LAS HISTORIAS

Por Alonso Molina Corrales

Una fortaleza que engrandece a Pereira, es haber contado desde los primeros años, con hombres interesados en asentar en el papel, los acontecimientos más relevantes de la vida bucólica de lo que al principio era una pequeña aldea y los demás sucesos que la perfilaron como la ciudad que hoy es.

Todo empezó con una importante proliferación de periódicos - en su mayoría “cadapuedarios”, por que circulaban cada vez que podían – dedicados a la defensa de las posturas políticas de entonces, pero también atentos a los acontecimientos de la parroquia e interesados en dar a conocer las inquietudes culturales que surgían entre el reducido grupo de letrados.

Si nos atenemos a lo que dice Carlos Echeverri Uribe en sus “Apuntes para la Historia de Pereira”, donde referencia solamente las publicaciones editadas en imprentas instaladas en la villa de Cañarte, nos daremos cuenta de que entre 1909 y 1920, vieron la luz cincuenta y nueve periódicos.

“Era una epidemia periodística; cada quien y cada cual quería lanzar su hoja, pero, como en los bosques, venían los veranos después de la primavera, esas hojas se marchitaban y morían… y se las llevaba el viento del olvido”, dijo en 1963 sobre esa riada de informativos, Fernando Uribe Uribe en su “Historia de una ciudad, Pereira”.

Muy pronto, de la gacetilla suelta se pasa al esfuerzo sostenido y encomiable de quienes decidieron poner en letras de molde, sus creaciones literarias o la relación de hechos con pretensiones históricas.

En cuanto a lo último, el primero en hilvanar un texto histórico sobre Pereira y publicarlo es Carlos Echeverri Uribe, cuya obra ya citada fue editada en 1909 y 1921, para luego ser el primer tomo de la Colección Clásicos Pereiranos, impulsada por el Instituto de Cultura de Pereira y la Academia Pereirana de Historia, a partir de 2001.

Después vendrían Ricardo Sánchez, Jorge Montoya Velásquez, Fernando Uribe, Nacianceno Arias, Luís Carlos González y Hugo Ángel Jaramillo, con iridiscencias de cronistas. Jaime Jaramillo Uribe, Luís Duque Gómez y Juan Friede, escribieron la historia oficial por encargo del Club Rotario, con motivo del Centenario de la ciudad en 1963. Otros redactaron trabajos, que no han visto la luz, a pesar de que han pasado años: Asnoraldo Avellaneda, Lisímaco Salazar y Yolombó de la Vega; son fuentes obligadas, pero sus textos aún no han sido editados.

Con la reciente aparición de “La Nueva Historia de Pereira: Fundación”, del historiador profesional Víctor Zuluaga Gómez, se abre una nueva etapa en la historiografía pereirana, en la medida en que el trabajo revalúa muchas de las bases sobre las que se ha construido el relato oficial y cuestiona la calidad del trabajo de quienes hasta la fecha se han ocupado de registrar los hechos pretéritos de la urbe.

A pesar de eso, creo que es necesario hacer un reconocimiento a estos pereiranos por convicción, que hicieron posible el acceso al pasado de la urbe, narraron la forma como se pasó de la aldea a la ciudad y recrearon los valores y principios que alentaron la actividad de los protagonistas de esa historia.

A ellos gracias, por haber señalado un camino. Un camino que tiene que ver con el futuro y con la construcción de acuerdos para la convivencia y el progreso; acuerdos con los cuales todos nos sintamos reconocidos en el relato que hace la ciudad de sus propios días, a través de muchas voces.
DON EMILIO VALLEJO Y LA FUNDACIÓN DE CUBA

Por Alonso Molina Corrales

La celebración del aniversario cuarenta y cinco de la fundación del barrio Cuba, casi coincide con el fallecimiento de Don Emilio Vallejo Restrepo, uno de los pocos sobrevivientes de esa generación de patricios del medio siglo, que contribuyó con sus luces y actos a la consolidación de la Pereira que hoy conocemos.

La festividad y el deceso del prohombre, solo serían una casualidad, si no fuera porque Vallejo Restrepo fue el que le dio vía libre a la construcción del barrio Cuba, a finales del quinto decenio del siglo XX, como respuesta al problema de hacinamiento detectado por varios estudios de la época.

En medio del sangriento remolino de la violencia política de los cincuentas, Pereira aparecía como el remanso de paz que podía ofrecerle a los desplazados, sin distingos de filiación política o credo religioso, la oportunidad de reconstruir los sueños arrasados por la intolerancia en sus lugares de origen.

Por cuenta de esa situación, la apacible pero pujante y hospitalaria Pereira, pasó de tener en 1951, una población de 115.342 habitantes a 188.365 en 1964[1]; más de setenta mil nuevos residentes en dos lustros, que se apiñaban en casas que llegaron a albergar - según el exconcejal Gildardo Castro Eusse, en ese entonces el inspector de salud pública encargado de adelantar el censo sanitario de la época – hasta diecisiete individuos bajo un mismo techo.

Para entonces, la presencia del Instituto de Crédito Territorial era casi nula en Pereira. Dice Castro Eusse que no tenía oficina en la ciudad; todo se manejaba desde Manizales y su actividad se había limitado a adjudicar cinco viviendas, cuando el déficit habitacional ya configuraba una crisis de salud pública de grandes proporciones.

En ese momento, aprovechando la dramática problemática evidenciada por el censo sanitario, actúa Don Emilio Vallejo Restrepo, quien en su calidad de alcalde de Pereira, logra que el Instituto de Crédito Territorial se establezca en la ciudad e inicie una serie de programas de vivienda popular, entre los que se encuentra Cuba.

Fue el mismo Vallejo Restrepo el encargado de facilitar la negociación entre el Instituto de Crédito Territorial y los propietarios de la Hacienda Cuba y su voluntad política blindó el proyecto contra los eternos profetas del desastre, que calificaron como un disparate, pretender construir un barrio en esa “lejura” y sin contar con la infraestructura vial y de servicios públicos requerida para ese tipo de iniciativas.

Quizás sin saberlo, Don Emilio, como respetuosamente le decíamos sus conciudadanos, nunca supo que con su compromiso echó a andar uno de los más exitosos experimentos de techo por autoconstrucción a nivel nacional, que luego serviría de inspiración a la política pública que adoptaría la ciudad, con la fundación del Fondo de Vivienda Popular en cabeza de Ernesto Zuluaga Ramírez, durante la alcaldía de Roberto Arenas Mejía.

Tampoco podría haber imaginado entonces, lo que sus ojos cansados alcanzaron a ver al final de sus días: una Cuba populosa y prometedora, con pretensiones de ciudad y en las puertas de un proceso de transformación urbana generado por el Megabus y las obras viales que proyecta la actual administración pública.

Con Cuba, el recuerdo de Don Emilio Vallejo Restrepo será imperecedero. Paz en la tumba de Vallejo Restrepo y los mejores deseos para los habitantes del suroccidente de Pereira.

[1] GRUPO DE ACCIÓN comunitaria y social. Monografía del Barrio Cuba Pereira. Editorial XYZ. Cali, 1990.
EL INCOLORO DÍA DE LA RAZA

Por Alonso Molina Corrales

A propósito del llamado Día de la Raza - que pasó a ser otra de las fechas degradadas por la “social – chabacanería” de la Ley Emiliani – es bueno hacer una reflexión sobre la presencia de afro descendientes e indígenas, en el territorio pereirano.

Lo primero que se debe decir, es que la historia muestra que mucho antes de la llegada de los europeos a lo que hoy se conoce como Risaralda, el control del territorio estaba en manos de los Quimbayas, cuya presencia se prolongó, a pesar de la persecución y la explotación, hasta el año de 1874, cuando el gobierno de Cartago ordenó la extinción la aldea La Paz, llamada antes Pindaná de los Cerritos, el último reducto de ese pueblo precolombino.

Del mismo modo, los historiadores y cronistas reseñan la presencia de afrodescendientes en la zona que hoy ocupa Pereira, por cuanto en su sitio se asentó por más de ciento cincuenta años, la Cartago del Mariscal Robledo; plaza militar y minera, que requirió del trabajo de los esclavos negros. Luego, cuando la fundación española se mudó a las sabanas que hoy ocupa, la esclavitud de los africanos y sus vástagos, sustentó la economía colonial, con una crueldad tal, que los alzamientos y fugas no se hicieron esperar; siendo las más importante la protagonizada por 27 esclavos en 1785 y que dio como resultado, el fugaz asentamiento de un palenque en lo que hoy es Turín. También es un hecho avalado por la historiografía, que a la ceremonia de fundación de la villa de Pereira en 1863, asistió Guadalupe Zapata, mujer negra ya asentada en los alrededores.

Con lo anterior se hace claro que el territorio pereirano, fue habitado muchos años antes y hasta épocas relativamente recientes, por grupos étnicos diferentes a los que conformaron las riadas migratorias de mestizos y blancos provenientes de Antioquia.

Lamentablemente, la historia oficial de Pereira narra la gesta de esa colonización con acento paisa, invisibiliza la presencia indígena y negra “precañarte” y no da cuenta de los relatos que suponen las corrientes migratorias que recalaron en la aldea, la hicieron crecer vertiginosamente y la convirtieron en la urbe multicultural y pluriétnica que es hoy en día.

Por esa razón, los asentamientos afrodescendientes, por ejemplo, numerosos y ricos en posibilidades para engrandecer a Pereira en términos económicos y culturales, solo existen para el establecimiento, como frías cifras del asistencialismo gubernamental y no como estamentos actuantes, creativos, de la sociedad contemporánea; pereiranos de pleno derecho.

¿Si esto pasa con los afrocolombianos, cuya ocupación del territorio pereirano obedece a unos patrones comunitarios que los homogenizan y son prometedores en términos de organización social y muchos de sus líderes tienen peso específico en el panorama político, qué se podrá decir de los indígenas chamíes? Ellos ya no son los que estaban en Cauquillo o Purembará; ellos son los que hieren nuestras conciencias anestesiadas en cada esquina de Pereira, con sus pies descalzos y sus numerosos hijos sin esperanzas. Distribuidos en el mapa de la mendicidad, no son nada como grupo; solo relictos de un pasado precolombino que aún agoniza, imágenes de un país que ignoramos con indiferencia criminal. ¿A qué niveles infrahumanos llegó su pobreza? ¿Qué hizo que la tolerancia de ese pueblo, acostumbrado a una miseria secular, se haya agotado, para luego arrojarse a la indigencia citadina?

Esas son las razas, que junto con la surgida del mestizaje, hacen de Pereira lo que es hoy en día. En medio de la celebración del ahora pálido – incoloro, más bien - Día de la Raza, son referentes históricos, pero en la cotidianidad, son una realidad cultural, económica y demográfica, que debe contar al momento de construir una ciudad con destino.
LA CALLE 19

Por Alonso Molina Corrales

La anunciada remodelación de la calle 19, como complemento del proceso de recuperación del centro tradicional de Pereira, constituye una intervención urbanística a una de las vías con más historia de la capital de Risaralda.

Según la historiografía institucional, en la esquina de la calle 19 con carrera octava, el cura Remigio Antonio Cañarte dijo la misa que oficializó la fundación de la aldea de Pereira.

Los cronistas dicen que por ella ingresaban a la aldea, quienes llegaban de visita o por negocios, luego de haber pasado por el paraje llamado La Brigada, donde actualmente es el parque Olaya Herrera.

El arribo del ferrocarril en el segundo decenio del siglo XX, acentuó su condición de vía de acceso a la ciudad, pues los pasajeros se bajaban en la estación del parque Olaya Herrera y subían por ella con sus petacas a cuestas.

Imaginémonos lo que encontraban los viajeros a su paso por la calle 19: viejas casas de bahareque convertidas en locales comerciales y cafés, parecían ceder su lugar a las estructuras de la ciudad moderna, como eran entonces el Palacio Nacional, el Gran Hotel, el Hotel Soratama, el edificio Braulio Londoño y el Palacio Municipal.

Otro hecho que incorpora la calle 19 a la historia de la ciudad, es que las primeras cuadras pavimentadas con el concurso de la ciudadanía, fueron las ubicadas en ese eje vial, entre las carreras octava y novena; como quien dice, en esa vía nació el cobro de la valorización, tan de moda por estos días.

Del mismo modo, se debe decir que la remodelación de la calle 19 plantea también, la intervención del parque Olaya Herrera, el más generoso espacio público de la ciudad; pero al mismo tiempo, el más abandonado y subutilizado.

Quizás su conexión con la mencionada vía, le devuelva el bullicio y la febril actividad que tuvo, cuando estaba la estación del tren y el Instituto Técnico Superior. Una buena oportunidad para que los pereiranos lo caminen y se apropien de él, desplazando las lacras que hoy lo convierten a juicio de los antropólogos, en un “no lugar”.
La remodelación de la calle 19 y del Parque Olaya Herrera, son intervenciones necesarias para mejorar los ámbitos donde transcurre la vida ciudadana.

Un elemento esencial de todo proceso de cultura ciudadana es el relacionado con la adecuación del contexto donde interactúa el transeúnte, pues si no es agradable y seguro, ningún discurso o norma garantizará su apropiación y uso, con base en acuerdos mínimos de convivencia. Creo que la remodelación de la vía y el parque, generará nuevas relaciones de los pereiranos con esos espacios y eso es bien importante para la sostenibilidad del centro tradicional de Pereira.

El pasado de la calle 19 permite justificar plenamente el proyecto de remodelación de esa vía, con lo cual se sigue demostrando, que en la historia siempre encontraremos las claves para construir el futuro.
MOVILIDAD

Por Alonso Molina Corrales

Por estos días en que Pereira pasa de la satisfacción por el goce de obras viales recientes como la avenida Belalcazar, a la exasperación por la imposibilidad de circular por la ciudad en forma fluida; por cuenta de Megabus y de algunas obras de mantenimiento; la movilidad está en primer plano y en particular, el plan integral que sobre la materia se elaboró recientemente a instancias del Área Metropolitana Centro Occidente.

Formulado para integrar los ámbitos regional, metropolitano y municipal, el plan señala una serie de obras y programas que se deberán adelantar para hacer de Pereira y su basta zona de influencia, una conurbación integrada a los circuitos comerciales de la globalidad y cómoda para el disfrute de propios y extraños; lo que es oportuno y consecuente con la preocupación que, sobre el asunto, ha tenido a lo largo de su historia, la dirigencia de la actual capital de Risaralda.

Desde las primeras épocas, la élite pereirana se ocupó del ordenamiento de su crecimiento urbano, la movilidad y la interconexión con el resto de centros poblados de la región. Siendo la pequeña aldea hija del cruce de caminos – sobre todo aquel construido por concesión otorgada al cartagüeño Felix de la Abadía - sus líderes trabajaron para consolidar esa ventaja comparativa, hasta el punto de inaugurar el tercer decenio del siglo XX, como una urbe conectada al sistema férreo nacional y con carreteras de buenas especificaciones, hacia Santa Rosa de Cabal, Cartago y Armenia.

Después, cuando las relaciones económicas, sociales y culturales unieron en un estrecho abrazo a Pereira y Dosquebradas, el cañón del Otún se erigió como un obstáculo difícil de salvar con soluciones viales eficientes. El tramo entre el puente Mosquera y La Popa era una tortura y la efímera vía de El Sesteadero, tan solo un paliativo. La construcción de la vía La Romelia – El Pollo y el viaducto César Gaviria Trujillo, fueron las soluciones al más grande problema de movilidad en el ámbito intermunicipal.

Quedó atrás la interminable fila de buses repletos de pasajeros comprimidos y sofocados, subiendo y bajando por La Popa; como también pasó a la historia, el conjunto de narraciones decimonónicas, que describieron el paso por el valle que ocupa hoy Dosquebradas, como una prolongación del tenebroso tránsito por el camino del Quindío, entre Salento y Pereira.

El inicio de las operaciones de Megabus ha puesto en evidencia que, pese a los esfuerzos de los últimos años en materia de infraestructura vial, Pereira y su vecina Dosquebradas están en déficit. La preocupación crece en la ciudadanía, cuando a las restricciones impuestas por el Megabus, se le puede sumar la inminente semipeatonalización de la calle 19 y las dificultades que traerán los proyectos viales financiados por valorización. Síntomas de una emergencia que no da espera, son los trancones, la saturación de la intersección de Turín y las dificultades para llegar al centro de Pereira. La queja es solo una: ¡No hay por donde andar!

Sin embargo, la historia cuenta la forma como la ciudad y sus habitantes hallaron fórmulas, que siempre incluyeron, al pie de las intervenciones físicas, la imaginación, la paciencia y el compromiso de quienes así, dejaron de ser partes del problema y se convirtieron en protagonistas de la solución. Lo importante aquí es que las autoridades entiendan que hay una emergencia vial y la ciudadanía sepa que Pereira ya no está para pasear en carro por las calles y carreras de su centro tradicional.